viernes, 5 de marzo de 2004

Nota diario Infobae: Personaje: María Socas

La actriz vive en un colorido piso de Barrio Norte donde despliega todas sus pasiones: la pintura, el tai chi chuan, la adoración por sus hijos Sasha y Wanda y la música galesa. Ecléctico, con trazos de la dueña de casa, el lugar revela la personalidad inquieta de la Socas.

Desde el momento en que la puerta de la casa de la actriz María Socas se abre, se percibe una atmósfera peculiar. En pleno Barrio Norte, con vista a la avenida Santa Fe, se trata de un departamento como cualquier otro, pero hay algo apenas perceptible que lo hace diferente. Una biblioteca colmada de libros, un sofa de dos cuerpos y dos sillones de uno, todos tapizados con telas floridas, cuadros... Y un círculo para hacer tai chi chuan, que ella escogió como su rincón preferido.

María Socas
Círculo del tai chi

Elegí este lugar porque en realidad es el opuesto a un rincón. Es el espacio más abierto que puedo tener en pleno centro de la ciudad, asegura la actriz de El regreso estrenada el pasado 10 de abril- y de los unitarios Tiempo Final y Nueve Lunas, entre otros trabajos. Se trata de un gran círculo en colores rojo, crudo, azul y negro, pintado por ella. Lo original es el centro, que es para hacer pakua (caminata oriental). Pero me resultó muy solo y se me ocurrió agregarle alrededor otros símbolos que siempre estoy estudiando. Cuando no tengo ganas de abrir un libro, los tengo acá, los miro y pienso sobre eso, explica la actriz. Entusiasmada y en cuclillas, agrega: El primero es el wu-chi, que es el vacío, el caos; luego, la primera manifestación, y más tarde el ying-yang, que son las dos fuerzas que, complementándose, crean el mundo.

María cuenta que hace ya ocho años que pintó el círculo, poco antes de tener a Sasha, su hijo mayor de ocho años. Estaba hecha una bola, estaba trastornada. Lo único que hacía era pintar y pintar. Es más hice el trabajo de parto pintando y pinté hasta que me fui al sanatorio, recuerda. Tan es así que decoró con un estilo muy colorido buena parte de los muebles del living y el comedor, entre los que se destaca una pequeña cajonera en la que María reprodujo, en colores vivos, distintos mosaicos de la iglesia de San Marcos, de Venecia.

Cuando se le pregunta cuánto tiempo pasa en este espacio, la actriz -galardonada con el premio ACE y con el Martín Fierro, entre otros- explica que su trabajo no le deja mucho margen, pero que también depende del momento de su vida. Si estoy muy obsesiva puedo venir a las 6 de la mañana, señala, mientras de fondo suenan gaitas. Aunque no tiene mucho que ver con todo esto, amo la música escocesa porque me centra y me pone contenta. Ya hace un tiempo que estoy pensando en combinarla con el tai chi, explica.

El círculo oriental se revela también como un imán para la compañía. Los dos hijos de María y hasta su renegrida gata Kafka suelen compartirlo con ella. A pesar de que los chicos tienen sus escritorios, a veces hacen la tarea acá o aprovechamos para leer porque tengo un estante de la biblioteca lleno de libros para chicos. Tengo el hobbie de meterme en las librerías y buscar libros de niños, cuenta.

La nutrida biblioteca exhibe, además, material de teatro, pintura, mitología y religiones. Entre los libros sobresale un medallón de bronce con la Vírgen María y el niño Jesús en relieve, que María supo tener, cuando era chica, en la pared de su cuarto. La actriz se ha corrido hasta el pasillo, cuya pared está tapizada de cuadros. El principal es un afiche de la película inglesa The Warrior and the Sorceress (El guerrero y la hechicera). Lo tengo porque fue mi primer trabajo como actriz y me gusta por lo bizarro, explica.

Ahora María se acerca hasta en un extremo de la biblioteca en el que se amontonan los trofeos de su adolescente carrera de atleta federada, que inevitablemente disparan una vieja historia. Cuando tenía 19 años me agarró un ataque y tiré todas mis cosas a la basura. Mi mamá, a escondidas, rescató algo y las guardó en el sótano de la casa de mi tía durante diez años, hasta que consideró que me había hecho adulta y me las devolvió. La verdad, es que para mí estaba bien haberlas tirado pero como volvieron a mí las enmarqué y las puse en un lugar especial, rememora.

domingo, 25 de enero de 2004

Nota diario La Nación: Cuando un sueño levanta vuelo

La Nacion
Turismo
El mundo en primera persona
Cuando un sueño levanta vuelo
La actriz viaja a su niñez en busca de recuerdos entrañables

Socas, en un descanso fuera de escena, recuerda la odisea de un objeto anhelado.

Diario La Nación
Foto: Miguel Acevedo Riú
¿Qué es viajar? Un tiempo en el que uno se traslada en el espacio, fuera de los lugares habituales, cosa que a mí no me gusta demasiado hacer. Pero... ¿qué pasa si hablamos sobre los viajes que hacen los objetos, o los viajes de la mente que se trasladan a los objetos?

La primera vez que supe que esto existía fue cuando tenía 5 años, una época en la que la luna de miel era un rito casi obligatorio y en algunos grupos sociales era muy larga --a veces de tres meses, otras de seis--, incluidos viajes exóticos y vueltas al mundo.

Por entonces yo tenía un tío, Fernando, hermano de mi papá, que se había casado con Rita. Y si bien no recuerdo exactamente qué países recorrieron, en su luna de miel visitaron el norte de Africa, navegaron por el Mediterráneo, fueron a Europa y viajaron a Estados Unidos. Creo que México fue el último país donde se hospedaron.

¿CASUALIDAD O CAUSALIDAD?

Curiosamente, mientras mi tíos estaban casándose, mis padres recorrían el camino inverso: se estaban separando. Un época bastante triste para mí, y en las épocas tristes uno sueña...

Un día estaba sentada en un sillón, frente a una mesita ratona china donde había revistas, entre ellas un ejemplar de la Elle con una sección de moda para niños. Una de las fotos de esa sección mostraba a una chiquita con un vestido que me había llamado mucho la atención por los colores, con franjas verticales y una faja roja que se ensanchaba hacia la parte del ombligo tipo tirolesa, y se ataba con un cordón cruzado por delante.

Como mi madre cosía, todos los días yo le pedía que me hiciera ese vestido, y ella me respondía que la gracia estaba en el género, pero ese género era francés y en la Argentina no existía ni había forma de comprar una tela de ese tipo. Así, hasta que llegó el día en que mis tíos regresaron de su luna de miel. Recuerdo que en la mesa del comedor habían puesto dos valijas enormes. Cuando las abrieron, parecían la bolsa de Papá Noel, repletas de regalos para toda la familia --y la mía era una familia muy grande.

De pronto, mi tía Rita sacó, sostenido de los hombros, un vestido exactamente igual a ese que yo había visto en la revista. No sé si por el asombro o por qué, yo me quedé mirando para arriba, con la cabeza inclinada hacia atrás. Miré a mi tía y busqué a mamá --yo quería que ella viera lo que estaba sucediendo--, y como no la encontré, supuse que estaría en la cocina preparando el té.

La encontré parada arriba de un banquito sacando de un aparador tazas que no eran de uso ordinario. Sin hablar --creo que me había quedado muda--, me acerqué y le mostré el vestido; mi madre miró hacia abajo, lo tomó con una sola mano, y sin salir de su asombro, con una mezcla de enojo, susto y desconcierto, me preguntó de dónde había sacado eso. Yo no le contesté nada. Entonces le preguntó a mi tía, que entraba en la cocina, y ella le explicó todo: "Estaba caminando por México, había una casa de misceláneas, y en medio de todo, vi este vestido".

Mi madre miró la etiqueta: efectivamente, el vestido era francés. El mismo que había sido fotografiado para la revista Elle. Antes de llegar a mis manos, ese vestido había dado una especie de vuelta al mundo.

Y en ese momento, casi como un destello, vislumbré que el espacio y el tiempo no existen, sino que se despliegan y al mismo tiempo se comprimen en un solo punto. .

LA AUTORA ES ACTRIZ

Por María Socas
Para LA NACION