Turismo
El mundo en primera persona
Cuando un sueño levanta vuelo
La actriz viaja a su niñez en busca de recuerdos entrañables
Socas, en un descanso fuera de escena, recuerda la odisea de un objeto anhelado.
Diario La Nación Foto: Miguel Acevedo Riú |
La primera vez que supe que esto existía fue cuando tenía 5 años, una época en la que la luna de miel era un rito casi obligatorio y en algunos grupos sociales era muy larga --a veces de tres meses, otras de seis--, incluidos viajes exóticos y vueltas al mundo.
Por entonces yo tenía un tío, Fernando, hermano de mi papá, que se había casado con Rita. Y si bien no recuerdo exactamente qué países recorrieron, en su luna de miel visitaron el norte de Africa, navegaron por el Mediterráneo, fueron a Europa y viajaron a Estados Unidos. Creo que México fue el último país donde se hospedaron.
¿CASUALIDAD O CAUSALIDAD?
Curiosamente, mientras mi tíos estaban casándose, mis padres recorrían el camino inverso: se estaban separando. Un época bastante triste para mí, y en las épocas tristes uno sueña...
Un día estaba sentada en un sillón, frente a una mesita ratona china donde había revistas, entre ellas un ejemplar de la Elle con una sección de moda para niños. Una de las fotos de esa sección mostraba a una chiquita con un vestido que me había llamado mucho la atención por los colores, con franjas verticales y una faja roja que se ensanchaba hacia la parte del ombligo tipo tirolesa, y se ataba con un cordón cruzado por delante.
Como mi madre cosía, todos los días yo le pedía que me hiciera ese vestido, y ella me respondía que la gracia estaba en el género, pero ese género era francés y en la Argentina no existía ni había forma de comprar una tela de ese tipo. Así, hasta que llegó el día en que mis tíos regresaron de su luna de miel. Recuerdo que en la mesa del comedor habían puesto dos valijas enormes. Cuando las abrieron, parecían la bolsa de Papá Noel, repletas de regalos para toda la familia --y la mía era una familia muy grande.
De pronto, mi tía Rita sacó, sostenido de los hombros, un vestido exactamente igual a ese que yo había visto en la revista. No sé si por el asombro o por qué, yo me quedé mirando para arriba, con la cabeza inclinada hacia atrás. Miré a mi tía y busqué a mamá --yo quería que ella viera lo que estaba sucediendo--, y como no la encontré, supuse que estaría en la cocina preparando el té.
La encontré parada arriba de un banquito sacando de un aparador tazas que no eran de uso ordinario. Sin hablar --creo que me había quedado muda--, me acerqué y le mostré el vestido; mi madre miró hacia abajo, lo tomó con una sola mano, y sin salir de su asombro, con una mezcla de enojo, susto y desconcierto, me preguntó de dónde había sacado eso. Yo no le contesté nada. Entonces le preguntó a mi tía, que entraba en la cocina, y ella le explicó todo: "Estaba caminando por México, había una casa de misceláneas, y en medio de todo, vi este vestido".
Mi madre miró la etiqueta: efectivamente, el vestido era francés. El mismo que había sido fotografiado para la revista Elle. Antes de llegar a mis manos, ese vestido había dado una especie de vuelta al mundo.
Y en ese momento, casi como un destello, vislumbré que el espacio y el tiempo no existen, sino que se despliegan y al mismo tiempo se comprimen en un solo punto. .
LA AUTORA ES ACTRIZ
Por María Socas
Para LA NACION
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