EL CONFESIONARIO
María Socas: “Yo hice muchas películas bizarras”
Actriz talentosa, no reniega de sus comienzos en el cine. Entró al Conservatorio para “hacerle gamba a una amiga” y se quedó. Y llegó.
María Socas, diario Clarín El confesionario |
Cuenta que cuando de chica iba a la casa de su abuela, en Juncal y Aráoz, “pasaba por un caserón antiguo que me fascinaba. Era un lugar con encanto. De ahí salían personas quetenían una combinación que me gustaba: ropa medio rea, deportiva, y llevaban libros. Nada que ver con los que salían de la Facultad de Derecho, que eran muy formales. No sabía qué sucedía allí, pero imaginaba que se trataba de algo lindo. El día que, muchos años después, una compañera del colegio me pidió que me anotara con ella en el Conservatorio Nacional de Arte Dramático, no podía creer que eso funcionara en la casa de mis sueños”. María Socas no quería ser actriz, sólo iba a “hacerle la gamba a una amiga”, pero con el tiempo fue una más de los que atravesaron ese umbral en zapatillas y con libros bajo el brazo.
Pelo largo, decir pausado, narración rica en imágenes, gracia en el relato. Cómoda del otro lado de la mesa de Clásica y Moderna, el rol de entrevistada le sienta bien. Bien porque contesta desde el detalle, con acotaciones que suman, sin perder de vista por eso el recorrido de las palabras. Llega con el cuento adonde tenía pensado. Como cuando viaja a la infancia y dice que “vivía en un plano de realidad y, al mismo tiempo, en uno de fantasía. Por ejemplo, cuando mi mamá se disfrazaba de coneja de Pascuas, iba al jardín y escondía los huevitos. Y en un momento decía ’Ahí se está yendo la coneja’ . Y ahora me doy cuenta de que yo veía la coneja... Te juro que veía como un animalito salido de Alicia en el país de las maravillas corriendo por las calles de Martínez. Y aún hoy me reconozco en eso”.
¿Todavía tenés un mundo de ilusión? Y, sí. Lo cual es un problema en la adultez. Me pasa mucho cuando estoy actuando: se me arma como un mundo de slides , de imagen superpuesta, que me permite creer en ese espacio que no existe y ver algo que no está. En la obra que estoy haciendo ahora ( Por amor a Lou , en la sala Caviglia del Teatro Cervantes, de jueves a sábado) me tengo que mirar en un espejo que no hay, pero veo. Pienso en el que está en la casa de una amiga y desde el personaje lo vuelvo a ver.
Aunque muchos sitios de Internet y algunos recortes de archivo insistan en que es brasileña, ella no sólo se sabe argentina, sino que también sabe dónde puede anidarse el ovillo de la confusión: “Charly García tenía una novia brasileña que se llamaba Zoca, por la misma época en la que yo empecé a trabajar. Se ve que alguien asoció su nombre y mi apellido, y de ahí surgieron preguntas de si éramos novios, de si era de Río... El me parece un genio, pero no tuvimos nada que ver”.
Nacida en Buenos Aires, criada de a ratos también en Entre Ríos “porque mi papá viajaba mucho para allá”, recuerda que tuvo “una infancia de mucha naturaleza. Te diría que casi no tuve muñecas, salvo unas chiquitas, de colección. Yo jugaba con las plumas de los pájaros, con las hojas, me entretenía con poco. Y sigo siendo igual: si vos hubieras llegado tarde, yo me habría colgado mirando, pensando. Para mí no existe el concepto de espera. Me contaron que cuando era bebé, mi cochecito siempre estaba debajo de un árbol. Y ahora, si estoy medio rara o mal, vengo a la plaza de aquí enfrente -en Callao y Paraguay- y miro el cielo, salgo de la cosa chiquita del problema y recupero la calma”.
De pequeña quería ser detective, más adelante pensó en estudiar Derecho Penal y sobre el final de la secundaria tenía en mente anotarse en Filosofía y Letras. “Pero como para inscribirme debía esperar hasta las vacaciones de invierno, una amiga me pidió que la acompañara al Conservatorio, cursara unas clases y luego me fuera. Fui con ella a dar el examen de ingreso, en el que contestaba cualquier cosa porque no iba al teatro ni miraba tele, ni nada. Y curiosamente entré. El primer día de clases, una profesora me dijo que no entendía cómo había ingresado. Yo los irritaba. Pero a los dos meses empecé a escuchar, a conectarme con un mundo apasionante. Tenía una sensación de plenitud muy fuerte”, reconoce quien también fue alumna de Carlos Gandolfo, ’el maestro’ que -lejos de lo que ella imaginaba- no la retó cuando le contó que “iba a filmar una película con David Carradine, en bikini, en un mundo de dos soles... El me dijo ’Andá, tenés que hacer tu experiencia’ . Yo me había presentado a un cásting en Aries Cinematógrafica, como extra de una tribu de enanos, y gracias a mi inglés y la lectura de un texto me tomaron como protagonista de El guerrero y la hechicera . Y después me contrataron para otras del mismo estilo. Porque, como ésa, hice muchas películas bizarras”.
Luego, el talento le fue marcando el camino por otras rutas, con fuerte anclaje en el teatro y los unitarios, siempre en el marco de un oficio que la encontró adentro de una casa que, no porque sí, siempre le había llamado la atención.
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