viernes, 8 de agosto de 2008

Nota: rev. Caras: María Socas y sus hijos Sasha y Wanda: "Juntos nos divertimos como tres criaturas"

Revista Caras
Wanda Brenner, Sasha Brenner y María Socas


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María Socas y Sasha Brenner

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Wanda Brenner y María Socas


lunes, 16 de junio de 2008

Nota diario La Nación: «Autorretrato»

Por María Socas, diario La Nación, lunes, 16 de junio de 2008 | Publicado en edición impresa http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1021841

Es evidente. La actriz María Socas tiene un problema de identidad: su apellido es de origen griego, adora las danzas escocesas, aprendió a leer en inglés antes que en castellano y admira la cultura china. Otro detalle: es argentina. A continuación, acepta el desafío de autoentrevistarse y autofotografiarse, y sigue multiplicando identidades.

María Socas La Nación

¿Qué estás haciendo?

–Estoy mirando a dos chiquitos de unos 10 años jugar a la paleta en el balcón de enfrente, enrejado hasta los tres metros de altura. Imagino que si ellos miraran hacia acá verían, detrás de otra reja protectora, a una mujer de pantalones escoceses escribiendo en una laptop sobre la manta también escocesa de la cama. Para contrarrestar, visualizo extensiones de color qing, como llaman los chinos al verde azulado de la naturaleza.

¿Por qué tanto escocés con un apellido griego?

–Las danzas escocesas fueron lo primero que hice por elección cuando tenía 9 años. Adoraba el sonido de las gaitas y ver las tablas de las polleras flotar en círculos entre espadas. A eso sumale que mi madre me enseñó a leer en inglés antes que en castellano.
Y la referencia al verde con una palabra en chino… ¿a qué se debe?

–Cada mañana el taijiquan con su circularidad y sus espadas sustituyó a las danzas, en el pequeño verde de la plaza Rodríguez Peña. El maestro Yuan también nos enseña chino. Me apasiona ver un mundo de ideas y la historia de una cultura reflejados en un ideograma. Es uno de mis pasatiempos.

¿Qué otros pasatiempos tenés?

– Me gusta leer: Mito y tragedia en la Grecia antigua, de Vernant y Vidal-Naquet; Kafka en la orilla de Murakami, El mandarín, de Eça de Queiroz, La alta cultura antes de la última glaciación, de Aldo Ottolenghi, la Biblia. Bucear con mi papá en la etimología de las palabras y leerles cuentos a mis hijos: las versiones completas de los cuentos folklóricos. Cocinar algo con ellos: gnocchi, panqueques, etcétera. Modificar cada tanto los lugares de las cosas de la casa, bailar, pintar objetos: una cajonera en donde reproduzco en cada cajón los diferentes diseños de los mosaicos de San Marco, en Venecia. Tomar café con leche con mis amigas y amigos, o encerrarme a ver alguna serie completa en un solo día, como Big Love o Roma . Ah, y empezar en agosto a comprar los regalos de Navidad y Jánuca…

¿Sos religiosa?

–¡Esa es una pregunta demasiado difícil y larga para contestar ahora! Y además se me acabó el tiempo, me tengo que ir ya al teatro a hacer la función de Gorda.

domingo, 13 de abril de 2008

Artículo por María Socas diario Página 12: Neil LaBute: «Probablemente ya estés muerto, aunque no lo sepas todavía»

Personajes --Neil LaBute: «Probablemente ya estés muerto, aunque no lo sepas todavía»

Por María Socas, diario Página 12, suplemento Radar, domingo, 13 de abril de 2008

NEIL LABUTE, EL CINEASTA Y DRAMATURGO DETRAS DE GORDA
Desde sus comienzos en el teatro, fascinado por los dramaturgos ingleses de posguerra que conmocionaban las butacas de Broadway antes de que el musical lo copara todo, y más tarde en sus películas (Tus amigos y vecinos, En compañía de los hombres), Neil LaBute escribió incesantemente sobre las crueles, sutiles, desparejas batallas emocionales en las que vivimos inmersos. Ahora, con el éxito de Gorda en la cartelera argentina, María Socas, que actúa en la obra, recorre el trabajo de este autor de espesor religioso que era mormón hasta que fue expulsado de la comunidad por uno de sus libros, y sigue el denominador común de todo su trabajo: el heroísmo que supone el amor.


 Por Maria Socas

“Vuelvan entonces al teatro, miembros del público de todas partes, y ensúciense las manos. Siéntense más cerca de lo que suelen hacerlo. Huelan a los actores y hagan contacto visual con ellos y permitan que un poco de sangre salpique el ruedo de su ropa. Por un tiempo denles un respiro a los musicales: esos bastardos ya son lo suficientemente ricos. Demuéstrenos que si nosotros somos lo suficientemente valientes como para escribir sobre los asuntos que importan, entonces van a venir y van a mirar. Tal vez yo nunca pelee una batalla, o haga carrera política, o ayude a una anciana a cruzar la calle, pero cuando me siente a escribir, les prometo escribir sobre algún asunto de cierta importancia, y de hacerlo con honestidad y coraje. El tiempo del miedo y de la complacencia es pasado. La bravura necesita hacer un retorno a ambos lados de las candilejas, y pronto.”
Quien nos arenga y se arenga a sí mismo de manera llana e insolente es Neil LaBute. Pero el sonido de la voz que nos llega es mullido y pausado. Y lo que parece un desafío es casi un pedido, un “Si yo me animo, te tenés que animar vos también, no vale yo solo”. Así, con esta inocencia, el dramaturgo y cineasta estadounidense nos llama a meternos en las zonas más oscuras de nuestra especie, en lo que somos como raza humana y hacia donde estamos yendo. Y para este autor prolífico, “compasivo y agradable” como lo describen sus amigos, la mejor manera de hacerlo es a través del teatro, que es una religión, más que el cine, que es un negocio, como él mismo expresa. Estamos frente a un creador religioso en un mundo pagano.
Su lenguaje es el de la novela caballeresca trenzado con el callejero, oficinesco e íntimo erótico. “Héroes literarios” llama él a los dramaturgos ingleses que lo influenciaron (Harold Pinter, Edward Bond, David Hare, Howard Brenton, Caryl Churchill y Howard Barrer), “honestidad y valentía” es su lema. Obra tras obra se revuelve en la pregunta “¿Cómo hacer para salir del miedo y llegar a ser el héroe?”. Pero nunca nos va a dar la respuesta, porque su trabajo como él dice, es hacer las preguntas, no dar las respuestas. Es así que cuando se topa con una persona inmersa en el dolor él no trata de resolver la situación, sólo nos dice: “Ah, miremos más de cerca con el microscopio”, y empieza a hacer su trabajo, a buscar la forma de arruinarle un día perfecto, a causarle problemas, a encontrar maneras de complicarle el escenario: si está en un picnic, traerá la lluvia; si el matrimonio parece feliz, hará llegar “al otro”. Y así va construyendo el drama, con su ladrillo fundamental, el conflicto. Pero al igual que él, tampoco sus personajes luchan en guerras ni hacen carrera política, él escribe sobre pequeños grupos de hombres y mujeres –amigos, amantes, compañeros de trabajo, familia–, todos ensimismados en algún tipo de lucha de géneros.
Entonces, ¿qué tipo de heroísmo demanda él en este mundo que crea? En LaButeville, como dicen sus seguidores, el heroísmo que se demanda es el del amor. El amor como virtud. Y para él la virtud está asociada a la areté griega, una virtud ligada indisolublemente al heroísmo. Esta lucha heroica es por sentir el amor, por vivir en el amor. Es una lucha heroica contra el propio miedo, que impide el amor. Esta idea está compactada en Fat Pig (Gorda en Argentina), de manera simple y directa, en la forma en que nombró, por ejemplo, al personaje que él define como la heroína de la obra, Helena. Ella es Helena como la de Troya, y su apellido, Bond, como el de Edward Bond, su dramaturgo-héroe inglés, conformando así Helen Bond, nombre de la teóloga británica erudita en la Biblia (los estudios bíblicos son para él de mayor interés ya que la rutina de la lectura del libro sagrado es diaria desde el momento en que se unió a la Iglesia de los Santos de los Ultimos Días –mormones– cuando cursaba sus estudios de teatro en la Brigham Young University (BYU), la universidad mormona a la que había sido llevado por su consejero asesor de la secundaria: “Yo no elegí la BYU, me gusta pensar que ella me eligió a mí”).
Ahora, ¿cuáles son las armas utilizadas en estas batallas, en estos pequeños mundos épicos? Las palabras. El uso de la palabra como arma lo aprendió de los dramaturgos británicos de la posguerra. Los descubrió mientras estudiaba en la Universidad de Kansas y fue así como encontró sus convicciones estéticas, queriendo fervientemente ser parte de eso, de acontecimientos de la envergadura de lo que había provocado Edward Bond por ejemplo: su negativa a quitar una sola línea de la escena de Salvados (1965), en la que se apedrea a un bebé hasta la muerte, llevó a que en 1968 se terminara aboliendo la ley de teatro que requería que las obras pasaran por la Lord Chamberlain’s Office para su censura y aprobación. La biblioteca de la universidad es el lugar donde encontró estos libros, pero la anglofilia la lleva en la sangre: su madre, una mujer sensible que se alegra con los éxitos de su hijo, siendo hija de un londinense, estuvo siempre embelesada con todo lo inglés. Esto le dio a él como joven estudiante el empuje para ahorrar y poder volar cruzando el Atlántico hasta los teatros de Londres y durante diez días ser espectador de las obras de sus héroes devorándolas de a dos por día. Años después, en Tus amigos y vecinos (1998), película escrita y dirigida por él, el personaje que encarna Jason Patrick, el Dr. Cary, saca un feto de dentro del vientre materno de un modelo en plástico, al mismo tiempo que sostiene una conversación telefónica, y, como si la pequeña figura humana fuera una pelota de football americano, lo pasa de una mano a otra hasta terminar pateándolo fuera de cuadro y comiendo un bocado de sandwich frente a nuestros ojos. Más allá del hecho de que sus personajes nazcan exclusivamente de su imaginación, como declara él, admite que algo de la atmósfera tensa que se respira en estos mundos creados puedan ser consecuencia de lo que generaba en su hogar de infancia la presencia de su padre, con quien en el presente ya no tiene contacto alguno: un hombre de temperamento volátil, criado durante la Depresión, camionero de oficio.

En la que tal vez sea su obra más conocida, En compañía de hombres (1993), la que posteriormente guionó y dirigió ganando el Filmmakers Trophy del Sundance Festival (1997), ya nos da la clave de un posible antídoto para combatir las palabras cuando son armas pero en lengua del enemigo: el personaje de Christine, la víctima, es sorda, aunque justamente por serlo tiene también una dificultad con el poder de la palabra. El primer disparo en esta obra sonó en la cabeza del propio LaBute: “Vamos a lastimar a alguien”, reverberó en su mente, y se dejó atraer por la idea de la agonía premeditada infligida a alguien por el mero placer de hacerlo: “A un personaje se lo puede matar sólo una vez, pero se lo puede lastimar día tras día”. La historia que surgió es simple: unos chicos conocen a una chica, los chicos destruyen a la chica, los chicos se ríen. Los dos chicos que despliegan crueldad se llaman Chad y Howard. Once años después, en el 2004, siguen vivos y activos como personajes en Fat Pig. Nunca los vemos en escena, pero sabemos que Chad y Howard están esperando a los dos ejecutivos de esta oficina para jugar al basquet en la Asociación Cristiana de Jóvenes. Entonces... ¿Los victimarios salen impunes? ¿La crueldad no se paga? ¡¿Y además se quedan con el trofeo?! Como el Dr. Cary pateador de fetos, quien habiendo encontrado el mayor placer sexual de su vida durante la violación grupal de un compañero de secundario, logra finalmente dejar embarazada a “la chica linda” que todos desean. Fue más fuerte él que el aparentemente perfecto y buen mozo marido de ella, quien encuentra la más plena experiencia sexual en el propio cuerpo (Aaron Ekhart, su actor fetiche, practicante mormón con quien se conocieron en una clase de ética en la BYU). Y fue también más fuerte el Dr. Cary que el amante de ella, ese profesor seductor cuyo mayor placer sexual está en la propia verborragia. En la cultura mormona las historias deben ser inspiradoras mostrando el camino del bien. En las modernas parábolas de LaBute, él toma el camino opuesto, nos muestra el lado oscuro, el camino que no debemos seguir. “Si te gusta lo que ves, es una película de práctica. Si no te gusta, es de advertencia.” “I me mine” (“Yo mí mío”) de George Harrison, el último tema que grabaron Los Beatles, ya sin John Lennon, es la canción en la que pensaban Neil LaBute y su equipo durante el rodaje. Trata sobre el ego, el eterno problema. La serie de pronombres que forman el título de la canción es una forma convencional de referirse al ego en el contexto hindú: “Son por siempre libres quienes renuncien a todo deseo egoísta y puedan liberarse de la cárcel del ego, de yo, mi y mío para ser unidos con el Señor, éste es el estado supremo, cumple con esto y pasa de la muerte a la inmortalidad”, dice el Bhagavad Gita que lo inspiró. Si no hay ego, no importan los nombres propios, y los personajes de Tus amigos y vecinos no son nombrados nunca a lo largo de la película; sólo al final en los créditos nos enteramos de cuáles son sus nombres de pila: todos compuestos por dos sílabas y terminados con el fonema i suenan casi igual. Todos nombres intercambiables entre sí. Yo soy tú. Pero hay una cierta admiración azorada por este siempre presente personaje encantador-simpático-amoral que se queda con aquello que está en disputa, tal como hace el Dr. Cary. ¿Cuál es para LaBute la aparente ventaja que tiene? La falta de miedo. No la valentía. Simplemente la ausencia de temor, porque el amoral no responde a ninguna autoridad, ni terrenal ni divina. Como responde el Dr. Cary a la pregunta de si habrá que pagar por el daño que se hace: “Posiblemente, quiero decir, en términos de que haya un dios o algo ahí afuera, como ese asunto de la eternidad, entonces sí, probablemente, no sé, ya veremos. Pero hasta que llegue ese momento estamos en mi tiempo, el ínterin es mío”. Es entonces que la fe requiere de una gran valentía en este mundo corporativo donde “la filosofía de los negocios nos lleva a adoptar una mentalidad de ciudad sitiada, con unos pocos slogans como Tomá el control, Cuidá tu espalda, Conseguilo; es así que después de dieciséis horas de trabajo al día es difícil bajar un cambio y poder volver a ser una persona como para darse cuenta de que las cosas como el Amor no son commodities y que perder no está mal”. Y si se está dispuesto a perder, siempre se puede escribir sobre los temas que a uno le importan, como hizo Neil LaBute cuando creó Bash: Latter Day Plays (1999) (literalmente Golpe Violento: Obras de los últimos días) en la que sitúa a los tres personajes asesinos en el ámbito de los mormones practicantes, aunque el precio a pagar fuera la expulsión de su propia comunidad religiosa. De no ser capaz de correr estos riesgos, como dice el autor, “probablemente uno ya esté muerto aunque no lo sepa todavía”.

sábado, 12 de abril de 2008

Artículo por María Socas diario Perfil: «Neil Labute: Dios no admite el sobrepeso»

Por María Socas, diario Perfil, Espectáculos, sábado, 12 de Abril de 2008, Año III, Nº 0250, Buenos Aires, Argentina, Edición Impresa, http://www.diarioperfil.com.ar/edimp/0250/articulo.php?art=6675&ed=0250,

Por María Socas


El autor de Gorda ejerció durante años la fe mormona, y al mismo tiempo manejó un humor corrosivo que apuntaba contra las instituciones. Sostiene que vivimos en una sociedad descartable, e intenta retratar nuestros días a partir de esa máxima. María Socas, actriz del éxito de las salas porteñas, da su visión del fenómeno.



Todas las noches, un cartel idéntico: localidades agotadas. Tanto es así que los productores tuvieron que difundir un comunicado en el que se recomienda no asistir sin haber comprado las entradas con antelación. Este fenómeno –por demás atípico para la cartelera teatral porteña– se produce con Gorda, en el Paseo La Plaza. Donde se dio la obra –por ejemplo, Nueva York o Barcelona–, fue un éxito. Y lo que se repite, en uno y otro escenario, es la pieza –más allá de sus adaptaciones– y la firma de su autor: Neil LaBute.

Polémico. Junto a Gwyneth Paltrow, con quien filmó Posesión. Cada obra de Labute apunta a polemizar, ya sea con el sexo o con la religión. Fue mormón, y luego se alejó –o lo alejaron.
“Si observamos la forma en la que mis personajes interactúan unos con otros, lo más probable es que tomen el camino fácil. Vivimos en una sociedad descartable. Es más fácil tirar las cosas que arreglarlas. Especialmente en lo que se refiere a las relaciones, somos muy rápidos para decir que lo mejor es terminarlo, sólo porque no queremos hacer el trabajo”, dice Neil LaBute, el dramaturgo, guionista y director estadounidense nacido el 19 de marzo de 1963 en Detroit, Michigan.

Hay algo que resalta en la obra de LaBute: su humor corrosivo, que apunta contra lo que se suele considerar normal en la sociedad moderna. Es probable que esa mirada distante sobre lo que nos sucede tenga que ver con su infancia en Washington, en un hogar dominado por un padre intimidador, camionero nacido durante la Gran Depresión.

Ninguno de sus padres era religioso, pero LaBute, un niño tranquilo, comenzó a asistir a la Iglesia y a estudiar la Biblia. A ello se agregaba el mirar, junto a su madre ama de casa, las películas extranjeras que daban en la televisión pública.

En la adolescencia se iba a profundizar su doble vocación. Por un lado, en el colegio secundario protagonizó varias puestas teatrales como Arsénico y encaje antiguo y Nuestro pueblo. Por el otro, de allí derivaría –beca mediante– a estudiar en la Brigham Young University (BYU) en Utah, donde se unió a la Iglesia de Jesucristo de los Ultimos Días, más conocida como la iglesia de los mormones.

“Yo no elegí la BYU, me gusta pensar que ella me eligió a mí”, dice LaBute al respecto.

La fe mormona tiene una particularidad: Brigham Young, que le da su nombre a la universidad donde se formó LaBute, fue el segundo profeta vidente y revelador de los mormones. Otro detalle: este hombre contrajo matrimonio con 51 esposas y tuvo con 16 de ellas 54 niños a su cargo.

La institución, finalmente, entró en colisión con las actitudes del futuro dramaturgo. La iglesia de los mormones, por ejemplo, impedía a sus miembros ver películas prohibidas para menores, así como también tener pensamientos impuros. En ese contexto, LaBute se transformó en el rebelde que provocaba tanto temor como admiración en sus compañeros de facultad. Era, al mismo tiempo, la tortura y la admiración del departamento de teatro de la BYU.

El lazo estrecho y conflictivo con los mormones comenzó a tambalear en 1985, cuando LaBute tenía 22 años: se casó con su novia de la secundaria –Lisa Gore, terapeuta de familia– e ingresó en un máster de la Universidad de Kansas, donde descubrió a los dramaturgos británicos de posguerra que serían su gran influencia –Harold Pinter, Edward Bond y Howard Barrer–. Luego, se alejó aún más –incluso geográficamente–: hizo otro máster, ahora en la Universidad de Nueva York. Allí montó su primera obra, Filthy Talk for Troubled Times (Charla sucia para tiempos problemáticos), compuesta por monólogos punzantes y a veces vulgares que llegaron a provocar que un espectador se levantara de su butaca y gritase “¡Maten al autor!”.

A mediados de los ’90, mientras trabajaba como profesor de dramaturgia en el St. Francis College de Fort Wayne, Indiana, junto con un trabajo en el Hospital Psiquiátrico de la región, se dedicó al armado de su ópera prima para el cine. En sólo 11 días, con un equipo conformado por voluntarios y sosteniendo los aspectos técnicos con 25.000 dólares que le donaron dos ex alumnos que habían cobrado el dinero del seguro de un accidente de auto, filmó En compañía de hombres. Fue premiado en el Festival de Sundance, y visitó los festivales de Cannes, Edimburgo y Montreal.

El éxito del film protagonizado con Aaron Eckhart le permitió estrenar, en 1998, su segunda película: Tus amigos y vecinos, que contaba la historia de seis personajes despiadados que se trenzaban en juegos de sexo y poder, incluyendo una relación homosexual que involucraba al personaje encarnado por Natassja Kinski. Una vez más, el público y la crítica se escandalizaron, particularmente con la escena en que el personaje del actor Jason Patric relataba la que consideraba su mejor experiencia sexual: la violación en grupo de un compañero de la secundaria.

Tanta provocación iba a terminar por estallar en la fe mormona. En 1999 montó la proclamada Bash: Latter Day Plays (de la que la traducción literal sería Golpe Violento: Obras de los Ultimos días), y surgió el problema. Protagonizada por Calista Flockhart (Ally Mc Beal), la obra estaba compuesta por tres piezas de un acto –los primeros dos en forma de monólogos–, y los personajes eran mormones practicantes que confesaban crímenes atroces, desde el infanticidio hasta el brutal asesinato de un homosexual. Tal caracterización de los fieles mormones hizo que la Iglesia de Jesucristo de los Ultimos Días impidiera a LaBute recibir el sacramento hasta que no dejase de escribir lo que no estuviera de acuerdo con sus normas y principios. Esto generó que unos años después el mismo dramaturgo terminara por alejarse del grupo.

La respuesta más clara a sus años mormones la dio con su séptima película. En el 2006 estrenó The Wicker Man, remake de un film británico de horror de 1973. Allí, un policía (Nicolas Cage) viajaba a la isla donde se había escapado una ex novia suya, que denunciaba la desaparición de su hijo. A lo largo de la búsqueda, se mostraba a un grupo humano que ejercía prácticas religiosas, de renuncia con los hábitos modernos. El final era elocuente: los fieles sacrificaban hombres. La última imagen mostraba a Nicolas Cage que era quemado vivo por no resultar acorde con los principios del grupo religioso.

Entre la fe y la provocación, LaBute decidió quedarse con esta última.

Las claves de Gorda

Gorda se estrenó mundialmente el 17 de noviembre de 2004 en el Manhattan Class Company (MCC), teatro de Nueva York. El elenco estaba compuesto por: Jeremy Piven (Entourage) como Tommy, Andrew Mc Carthy (Brat Pack) como Dany, Ashley Atkinson como Helena y Keri Russel (Felicity) como Juana.

Fat Pig está inspirado en la propia experiencia de LaBute. Obeso, un día se dio cuenta de que no se sentía atractivo. “Mi aspecto era una porquería, estaba harto de usar siempre los mismos pantalones. Entonces hice algo al respecto. Planifiqué para mí un régimen detallado y me aboqué a la tarea usando este simple mantra: "Pará de comer tanto, gordo bastardo’”. Adelgazó 30 kilos. Y como reconoce él, lo hizo por razones mundanas: para poder, por ejemplo, comprarse ropa en Banana Republic. Durante los ocho meses de dieta y ejercicios se sintió feliz, saludable y de buen ánimo. Le gustaba volver rápido a su casa después de una caminata o levantarse de un salto a la mañana para estudiarse a sí mismo en el espejo. Pero dejó de reconocerse. “¿Quién era esta persona que ya ni siquiera escribía?”.

Entonces volvió a engordar y a escribir.

“Los escritores, para mejor o para peor, son dioses de su propio universo: es así porque yo lo digo así; y aunque este cielo propio pueda ser un poco solitario, tengo una vista fantástica.” En el planeta que creó para Gorda, la totalidad de los personajes son desesperadamente humanos, y por eso los quiere a todos. Son seres que desean tener convicciones, pero prefieren ser aceptados o satisfacer sus necesidades.


El espera que sean tan interesantes y complejos como las personas en la vida real.

domingo, 23 de marzo de 2008

Crítica rev. Noticias: Teatro | Sobre el amor y los trofeos “Gorda” (“Fat Pig”).

Teatro | Sobre el amor y los trofeos “Gorda” (“Fat Pig”).
Por Cecilia Absatz, Revista Noticias
http://www.revista-noticias.com.ar/comun/notaseccion.php?ed=1623&art=340


Jorge Suarez, María Socas, Mireia Gubianas, Gabriel Goity
Gorda, de Neil LaBute, dir. Daniel Veronese
Sala Pablo Picasso, Paseo La Plaza

Autor: Neil LaBute. Versión: F. Masllorens y F. González del Pino. Director: Daniel Veronese. Con Gabriel Goity, Jorge Suárez, María Socas y Mireia Gubianas. Paseo La Plaza.

Cuando la gente se pone de pie todas las noches para aplaudir esta pieza, lo primero que agradece, antes que la historia, las actuaciones o la dirección, es el género. El público argentino no tiene muchas oportunidades de ver una comedia, en el sentido estricto de la palabra, porque el humor, ya sea en la escena como en la pantalla, tiene entre nosotros una cierta tendencia al grotesco, el vodevil o cualquier forma escénica que subraye los chistes con un golpe de batería, verdadero o gestual. “Gorda” es una comedia estadounidense, el país que domina a la perfección el diálogo chispeante y el arte de la réplica. Y la puesta argentina, que ha encontrado el tono justo, por una vez agasaja la inteligencia del público y le ahorra toda estridencia.
Lo que consigue esta pieza es una proeza inaudita: logra que una audiencia entera se enamore en un minuto de una gorda. No hablamos acá de una simpática regordeta, sino de una mujer francamente entrada en carnes: joven, bonita y gorda. Ella está comiendo –qué más– en un local de comidas rápidas y entra un hombre con su bandeja en busca de un lugar.
Ella es Mireia Gubianas, una actriz y cantante lírica española –también licenciada en Lengua y Literatura, graduada en Interpretación y en el Conservatorio Superior de Música de Barcelona– y ya protagonizó con todo éxito esta pieza en España. Él es Gabriel Goity, impecable como Tommy, ese muchacho porteño que se cree muy malo, pero no logra evitar un aire de irresistible desprotección. Ella, Helena, es una bibliotecaria que no vacila en enfundar su magnánimo trasero en un jean ajustado, como quien no tiene nada que ocultar. Y si en un minuto consigue deslumbrar a Tommy, a pesar del canon estético que este profesó toda su vida, es porque Helena tiene algo más importante que el tamaño de su cuerpo: posee una voz. Dice cosas provocativas e inesperadas. Y cuenta con una risa que es la fuente de la vida. Tommy cae rendido de amor, no le queda opción.
Esta obra –que comienza ligera y se vuelve implacable– es un estudio sobre la frivolidad y el verdadero lugar que ocupa en la cultura contemporánea. Explora el mandato de ganar y obtener trofeos en todos los planos, especialmente en el conyugal. Muestra el miedo a lo diferente y también la envidia de los otros, porque el amor es siempre un milagro, dondequiera que se dé.
“Los otros” son Juana y Nacho: muy destacable la actuación de María Socas y brillante, como siempre, Jorge Suárez. La escenografía de “La gorda” compone un juego original de momentos circulares, muy bien diseñados y tal vez alegóricos. Las luces también son sutiles: con sólo un matiz pueden convertir una oficina blanca y radiante en una ominosa caja de hielo.
El autor de “Gorda” –“Fat Pig” en el título original– es Neil LaBute, autor y director de una frondosa cantidad de películas y obras de teatro. Su primera pieza –“En compañía de los hombres”, que luego la convirtió en guión y dirigió en el cine– fue muy celebrada y ganó unos cuantos premios en diversos festivales. Es un hombre de 46 años que libra su propia batalla con la balanza: por momentos gana él, pero a veces también gana ella.
La puesta de Veronese es perfecta: económica y visceral. La traducción resulta ser excelente. Y si el espectáculo recibe diariamente una ovación de pie es porque el público se ha reído a carcajadas, porque ama a Mireia Gubianas y porque el texto le ha dado para pensar.